Lanzar pelotas como si fuesen días a la vida, le ha robado 28 años de su existencia, tan importante como caminar y respirar es para este hombre de pueblo el béisbol, que hoy deja desde el box, pero del que nunca se apartará, además de su esencia.
Hablar de pelota con Carlos Alberto Yanes Artiles es como pitchear junto a él, dialoga sin protocolos, de la misma forma en que tomó tantas veces la esférica y enfrentó a más de 16 865 bateadores.
“Lanzar no es fácil, y no te hablo de pararse ahí y tirar pelotas, antes hay toda una preparación día a día que es muy sacrificada, tienes que privarte de hacer muchas cosas que te gustan para estar listo, por eso duele tanto cuando no puedes hacerlo bien, al menos si te lo tomas en serio”.
Resultaría imperdonable no darse una vuelta al pasado, no llegar a ese primer juego, ese que siempre es como estar en frente del destino y enfrentarlo con más temores que horas de vuelo, pero inolvidable, sobre todo para quien desde ese día volvió otras 713 ocasiones a la misma colina a desafiar peligros con bates en la mano.
“Eso fue en la Serie 23, –comenta elevando las cejas– hace bastante tiempo, fue un 16 de enero frente al equipo Habana y claro que sí estaba nervioso, pues salí de relevo y como toda primera vez tuve un poco de presión, pero cuando saqué ese primer inning me sentí mejor y seguí lanzando con más confianza en mí”.
Apenas un mes más tarde sería el equipo de Las Tunas el primero en sufrir una derrota a manos del Quijote de la pelota cubana, esta vez con apretado marcador de cinco anotaciones por tres, iniciando así un camino largo que llegaría a labrar 235 paradas.
Mira al suelo, respira profundo, se toma la barbilla unos segundos y recuerda con la nostalgia de quien volvería sobre sus pasos a vivir la misma vida:
“Es uno de mis recuerdos más gratos, imagínate la emoción de ganar el primer juego, y dárselo a la Isla, un equipo con pocas posibilidades y del que me sentí parte desde que recibí aquel primer uniforme.
“Fue un momento tremendo, nunca he olvidado ese día, y tampoco esa temporada donde gané seis juegos y perdí dos en un año en que a la Isla no le fue bien y gracias a ese desempeño discutí el premio de Novato del Año”.
No es difícil verlo, a pesar de ser popular, El Yanero, como cariñosamente le dicen, está en cualquier lugar como la gente de pueblo, con gusto accede a hablar de pelota en una esquina o se toma unos traguitos en honor al buen cubano que lleva dentro y así deja a un lado los malos humos de la fama.
“No creo que sea famoso, prefiero llamarlo popularidad y creo que se debe a que a la gente le gusta la pelota, y también a que reconocen el esfuerzo que hacemos los peloteros, pero eso no ha cambiado nada en mí; quien me conoce de siempre sabe que he sido el mismo desde Cumanayagua hasta hoy”.
La charla no podía ser en otro lugar que el Cristóbal Labra, durante un juego entre La Isla y Villa Clara, uno de los equipos más grandes de Cuba y frente al que Yanes tuvo algunos de sus resultados más significativos, entonces volvimos al terreno.
Sobre el box, ¿cuáles fueron los momentos más memorables?
“Además del primer éxito, que ya te dije, el número 100; ese fue especial por tres motivos, fue una cifra cerrada, contra Industriales y en el Latino.
“Ganarle a aquel trabuco de 1998 en su propio estadio no era fácil y esa noche estuve muy bien, recuerdo que me enfrenté a bateadores de la talla de Javier Méndez, Lázaro Vargas, Juan Padilla y Carlos Tabares, entre otros, y tuve la satisfacción de propinarles una lechada de tres por cero”.
En esa mañana de marzo, fría como la mesura que exige el montículo, la grama del Labra vio erigirse una vez más a su héroe de tantas batallas, esta vez tocando con sus manos y su esfuerzo una de las hazañas más ansiadas por un lanzador, dejar sin hits ni carreras al contrario.
“Fue frente a Villa Clara en el año 2000, un cinco de marzo, comencé a lanzar trabajando con cuidado como siempre lo hacía, pues es un equipo de mucho tacto y saben jugar a la pelota, en el quinto inning me dijeron que no me habían dado hits pero no quise pensar en eso para no irme de pitcheo, ya en el séptimo comencé a creer que podía llegar porque estaba más cerca, en el octavo hubo una conexión difícil que casi lo estropea, pero por suerte lo logré y es una de las satisfacciones más grandes que tengo.
“El otro momento grato fue el ponche 2 000, llevaba días estresado, estuve tres juegos intentando llegar y me quedaba corto, por suerte fue aquí frente a mi pueblo y eso me hizo disfrutarlo aún más”.
En 28 campañas, más de 3 000 entradas de actuación, Yanes le dio a la Isla un lanzador consagrado, trabajador, incondicional y fiel a su camiseta, ello le impidió en ocasiones estar con su familia y compartir el desarrollo de sus dos hijas junto a su esposa.
“Es el precio de entregarse a este deporte y estar comprometido con el pueblo, que trabaja duro y quiere disfrutar de un espectáculo digno, por eso duele tanto no integrar los equipos Cuba, en ese sentido siento que se fue injusto conmigo, pero el cariño del pueblo pinero ha sido un premio mayor y por eso me siento tan feliz de mi carrera, porque, además, lo di todo por el equipo de la Isla, y ahora después del retiro seguiré aunque ya no suba al box”.
PELOTERO VESTIDO DE PADRE
“Mi papá siempre quiso un varón, –confiesa Lily Yanes Villegas– y siempre se ponía a jugar a la pelota conmigo, recuerdo a mi mamá peleándole por eso, pues jugábamos los típicos juegos para niños”, expresa entre sonrisas su hija mayor.
“Era muy apegada a él, me llevaba consigo a dondequiera que iba, incluso él tuvo varicela y por querer dormir con él me contagié”, agrega la joven de 27 años.
Lily se muestra tímida, pero el hablar sobre su padre le enciende sus azules ojos y comienza a relatarnos acerca de los 14 años que vivió junto a él, cuando el pelotero le llevaba la merienda a la escuela todos los días y los niños decían admirados: “Mira a Carlos Yanes”, y luego le pedían a ella fotografías de su padre.
“Era muy hogareño, ayudaba mucho a mi mamá, y cuando estaba fuera de casa, llamaba a diario sin falta para saber de nosotras y la familia, yo lo extrañaba siempre”.
Carla Tenay Yanes Martínez, de 12 años, es el fruto del otro matrimonio de este primer pelotero cubano con 28 Series Nacionales; y aunque no figura entre las entrevistadas, constituye una de las personas más importantes en la vida de Carlos.
Claudia Herrera Yanes, su sobrina de 23 años, que estuvo presente también en la conversación nos cuenta: “De niña pensé que él era mi papá, ya que era la única figura paterna que tenía. Siempre fue un ejemplo para mí, fui su primera sobrina y me quiso siempre como su hija, todo lo compartía conmigo.
“Me pasaba las vacaciones en su casa y por la madrugada nos despertaba a mi prima y a mí para jugar atari, y hacíamos competencias y nos divertíamos muchísimo. Él es así, jaranero, amistoso, familiar”, afirma la hija de una de las hermanas de este superdeportista como ella lo llama.
Lily manifiesta que su padre siempre estuvo a su lado cuando más lo necesitaba; “cuando estudiaba en la EIDE 45, un muchacho por accidente me dio un batazo en el ojo, y camino al hospital en la ambulancia vi a mi papá que iba en bicicleta a verme a la escuela, pero no pudimos parar a avisarle, tenía mucho sangramiento, sin embargo, cuando me entraban a la sala de cirugía él ya estaba ahí.
“Estuve tres meses sin ir a la escuela, y durante ese tiempo él me cuidaba y pasaba el mayor tiempo posible a mi lado”.
Su sobrina lo caracteriza como buen padre, buen hijo, un buen amigo, muy comprometido con su equipo, pues teniendo posibilidades de jugar en otros lugares, se quedó aquí.
Lily comenta: “Es un hombre recto, estricto y muy cumplidor con su trabajo”, y aunque no lo parezca es muy sentimental”, agrega Claudia.
“Ahora nos llamamos por teléfono, nos visitamos, él viene a ver a mis niños, y cuando están enfermos, siempre busca la manera de saber de ellos”, expresa la hija mayor de Yanes, abuelo de dos hembras y un varón que quiere seguir sus pasos.
“LA FIGURA”
“Cariñosamente le decimos ‘La Figura’ porque indudablemente es eso”, señala Claudia, quien es asistente coordinadora en Radio Taíno, “la familia completa siente un respeto y amor increíble por él. Y a pesar de la distancia, siempre cuentan con él.
“No quisiera que se retirara, pero ya la edad le impide seguir jugando.
“Él era la razón para ir al Cristóbal Labra, para verlo”, expresa Lily, quien admira sobremanera a su padre.
“Una vez me escapé de la escuela en el campo, porque no me dieron permiso para ir al estadio a ver a mi papá jugar, y yo nunca faltaba, por tanto, me fugué y luego tuve que esconderme en las gradas para que no me viera, pues si no el regaño era seguro”, recuerda esta fiel aficionada.
“Hubiera deseado que se superara, pero le dedicó tanto tiempo al deporte que se olvidó de los estudios”, soslaya Claudia, quien lo quiere mucho, y dice que ese es su tío lindo. “Lo amo con la vida” afirma Lily.
Su sobrina concluye: “Ojalá los jóvenes sigan su ejemplo, que todos sepan y admiren a quien es hoy un símbolo de la pelota pinera y cubana”.
Las cortinas se dejan llevar por los aplausos, una gran nube de afecto, cariño y admiración cubre la grama de tantas batallas; no han quedado atrás 28 campañas, ni el sudor, ni el sacrificio, están ahí, entre bolas y strikes, entre batazos de vuelta completa y esa imagen perfecta que deja ver eternamente sobre el box el número 32. (Alexis Rúa, periódico Victoria)
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